A MI
MADRE, ALICIA MERCEDES GONZÁLEZ CAMACHO Y A TODAS LAS MADRES
EL BRINDIS
DEL BOHEMIO
En torno
de una mesa de cantina, una noche de invierno, regocijadamente departían seis
alegres bohemios.
Los ecos
de sus risas escapaban y de aquel barrio quieto iban a interrumpir el imponente
y profundo silencio.
El humo de
olorosos cigarrillos en espirales se elevaba al cielo, simbolizando al
resolverse en nada, la vida de los sueños.
Pero en
todos los labios había risas, inspiración en todos los cerebros, y, repartidas
en la mesa, copas pletóricas de ron, whisky o ajenjo.
Era
curioso ver aquel conjunto, aquel grupo bohemio, del que brotaba la palabra
chusca, la que vierte veneno, lo mismo que, melosa y delicada, la música de un
verso.
A cada
nueva libación, las penas hallábanse más lejos del grupo, y nueva inspiración
llegaba a todos los cerebros, con el idilio roto que venía en alas del
recuerdo.
Olvidaba
decir que aquella noche, aquel grupo bohemio celebraba entre risas, libaciones,
chascarrillos y versos, la agonía de un año que amarguras dejó en todos los
pechos, y la llegada, consecuencia lógica, del "feliz año nuevo"…
Una voz
varonil dijo de pronto:
- Las
doce, compañeros; digamos el "requiescat" por el año que ha pasado a
formar entre los muertos. ¡Brindemos por el año que comienza! porque nos traiga
ensueños; porque no sea su equipaje un cúmulo de amargos desconsuelos.
- Brindo,
dijo otra voz, por la esperanza que la vida nos lanza, de vencer los rigores
del destino, por la esperanza, nuestra dulce amiga, que las penas mitiga y
convierte en vergel nuestro camino.
Brindo
porque ya hubiese a mi existencia puesto fin con violencia, esgrimiendo en mi
frente la venganza; si en mi cielo de tul limpio y divino no alumbrara mí sino
una estrella brillante: Mi esperanza.
¡Bravo!,
dijeron todos, inspirado esta noche has estado y hablaste breve, bueno y
substancioso.
El turno
es de Raúl; alce su copa y brinde por Europa, ya que su extranjerismo es
delicioso…
Bebo y
brindo, clamó el interpelado; por mi pasado, que fue de luz, de amor y de
alegría, en el que hubo mujeres seductoras y frentes soñadoras que se juntaron
con la frente mía…
Brindo por
el ayer que en la amargura que hoy cubre de negrura mi corazón, esparza sus
consuelos trayendo hasta mi mente las dulzuras de goces, de ternuras, de
dichas, de delicias, de placeres.
-Yo
brindo, dijo Juan, porque en mi mente brote un torrente de inspiración divina y
seductora, porque vibre en las cuerdas de mi lira el verso que suspira, que
sonríe, que canta y que enamora.
Brindo
porque mis versos cual saetas lleguen hasta las grietas formadas de metal y de
granito, del corazón de la mujer ingrata que a desdenes me mata… ¡pero que
tiene un cuerpo muy bonito!
Porque a
su corazón llegue mi canto, porque enjuguen mi llanto sus manos que me causan
embelesos; porque con creces mi pasión me pague… ¡Vamos!, porque me embriague
con el divino néctar de sus besos.
Siguió la
tempestad de frases vanas, toscas y tan humanas que hallan en todas partes
acomodo, y en cada frase de entusiasmo ardiente, hubo ovación creciente, y
libaciones, y reír, y todo.
Se brindó
por la patria, por las flores, por los castos amores que hacen un valladar de
una ventana, y por esas pasiones voluptuosas que el fango del placer llena de
rosas y hacen de la mujer la cortesana.
Sólo
faltaba un brindis, el de Arturo, el del bohemio puro, de noble corazón y gran
cabeza; aquel que sin ambages declaraba 'que sólo ambicionaba robarle
inspiración a la tristeza'.
Por todos
estrechado, alzó la copa frente a la alegre tropa desbordante de risa y de
contento los inundó en la luz de una mirada, sacudió su melena alborotada y
dijo así, con inspirado acento:
-Brindo
por la mujer, mas no por esa en la que halláis consuelo en la tristeza,
rescoldo del placer desventurado… No por esa que os brinda sus hechizos cuando
besáis sus rizos
artificiosamente
perfumados.
Yo no
brindo por ella, compañeros, siento por esta vez no complaceros… Brindo por la
mujer, pero por una, por la que me brindó sus embelesos y me envolvió en sus
besos; por la mujer que me arrulló en la cuna…
Por la
mujer que me enseñó de niño lo que vale el cariño exquisito, profundo y
verdadero; por la mujer que me arrulló en sus brazos y que me dio en pedazos
uno por uno, el corazón entero.
¡Por mi
madre! bohemios, por la anciana que piensa en el mañana como en algo muy dulce
y muy deseado, porque sueña tal vez que mi destino me señale el camino por el
que volveré pronto a su lado.
Por la
anciana adorada y bendecida, por la que con su sangre me dio la vida, y ternura
y cariño; por la que fue la luz del alma mía; y lloró de alegría sintiendo mi
cabeza en su corpiño.
Por esa
brindo yo, dejad que llore, y en lágrimas desfogue esta pena letal que me
asesina; dejad que brinde por mi madre ausente, por la que llora y siente que
mi ausencia es un fuego que calcina.
Por la
anciana infeliz que sufre y llora y que del cielo implora que vuelva yo muy
pronto a estar con ella; Por mi madre bohemios, que es dulzura vertida en mi
amargura y en esta noche de mi vida, estrella…
El bohemio
calló; ningún acento profanó el sentimiento nacido del dolor y la ternura, y pareció
que sobre aquel ambiente flotaba inmensamente un poema de amor y de amargura.
Guillermo
Aguirre Fierro- El Paso, Texas 1915